Cariño, ya he llegado a
casa. Te aviso tal y como me has pedido, para que duermas tranquilo y nada
perturbe tus dulces sueños. Me gusta que me pidas estas pequeñas cosas. Te
siento como cuando mi papá me abrazaba muy fuerte mientras yo le acariciaba el bigote
hasta quedarme dormida. Tengo que confesar que me gustas, me gustas mucho. Pero
tengo que pedirte que me guardes el secreto y no se lo digas a nadie. Ya sabes
cómo son estas cosas, aquí todo el mundo habla más de los demás que de sí mismo
y al final acabarías enterándote, cosa que no puedo permitir.
A continuación te explicaré
mi viaje, des que nos hemos separado hasta ahora mismo que te escribo. Así
podrás comprobar que soy una niña grande y se cuidar de mi misma. Allá voy:
Aparentemente iba sola, pero
realmente he ido todo el viaje acompañada por todo tipo de personajes más o
menos reales y más vivos o más muertos. “The Libertines”, “The Pixies” e
incluso “Dorian” me ha hecho compañía. Éstos últimos me han dicho que te diga esto: “Todo lo que siento
por ti solo sabía decirlo así”. No entiendo lo que me quieren decir, la fama se
les está subiendo a la cabeza y se creen los nuevos trovadores del momento, así
que no les hago caso.
He atravesado yo solita un
campo de lechugas pisoteadas por una
vaca con mala leche enfadada por tener las ubres pequeñas,- chismorreos del
campo, ya sabes. Entonces he cogido una lechuga y me la he puesto de sombrero
para que me protegiera del sol naciente de primavera. La verdad es que no
quedaba nada mal la combinación del verde de la lechuga y el rojo de mi
cabello, estaba bien guapa. Va, te voy a regalar otra frase de mis compañeros
de viaje, que hoy estoy generosa: “Cuando aprendes a llorar por algo también
aprendes a defenderlo”. ¿Te ha gustado verdad? Sabía que te gustaría.
Una chica muy guapa princesa de un país lejano,
después de atravesarme con su mirada me ha preguntado algo extraño y yo, en mi
idioma inventado, he improvisado una respuesta. Me ha explicado que estaba
triste porque acababa de despedirse de
su enamorado caballero español y su elegante corcel. ¿Puedo hacer algo por ti?-
le dije. Con palabras me contestó que necesitaba un cigarrillo y con la mirada
que un abrazo y yo, como soy de letras, sólo le he dado un cigarrillo. Seguro
que me lo perdonará, las princesas siempre lo hacen.
He seguido mi travesía a
paso lento pero sin pausa hasta que se me ha cruzado el señor río Ebro, así que
me he decidido a saltar de cabeza y salir a flote evitando quedarme clavada en
el fondo del río. He elegido estilo mariposa para este remojón, aunque aún tengo
que perfeccionarlo un poco; la respiración se me acelera y me entra agua dulce
en los ojos, que los mantengo abiertos para no perderme detalle. Te dejaré
enseñarme un par de trucos, incluso te cederé mis alas para que me acompañes en
el movimiento y arranque el vuelo.
Una vez al otro lado del río
un lugareño con la casa a cuestas se acercaba a mí a paso de caracol. Se ha
ofrecido a secar mis ropas entre sus brazos, cosa que he rechazado amablemente
con la mejor de mis sonrisas impostadas ofreciéndole un cigarrillo. Él como
agradecimiento ha cogido un ramillete de margaritas y me las ha regalado
diciéndome que estoy más buena que el pan. Después de esto me he quedado diez
segundos quieta, sin acabar de entender sus palabras pero con la sonrisa
impoluta. Cuando por fin he salido de mi pequeño standby mental me he decidido
por pronunciar el adiós más neutro que he encontrado en mi repertorio, poner la
mirada en el horizonte y continuar.
Después de esto he sido
atacada por una manada de cebras asesinas y dinosaurios voladores que se querían comer mis
mayas verdes y mi gorro lechuga, pero he tenido la suerte de tener una buena
oratoria a la hora de explicarles que no era pasto, las piernas y un buen
spreen. Me he parado a reposar a la
sombra de una viña, aunque no eran “vinyes verdes vora el mar”, pero te las
canto igual.
¿Ya te has dormido? Aguanta
un poquito más. De debajo de las viñas reconozco una voz familiar, que tonta,
en el momento pensé que quizás habías sido tu que me habías seguido
sigilosamente procurando que no me pasara nada malo. Pero no, no eras tú… Y en
una reacción automática salí corriendo. Corrí como alma que lleva al diablo sin
parar y sin saber por qué pero mis piernas y mi orgullo no me permitían parar.
Estuve corriendo hasta que el Sol se escondió por la sierra jugando al
escondite con la Luna, y ella al verme
cual gacela me echó una carrera, a ver quien aguantaba más sin llorar.
Aún
seguimos corriendo.
Así he llegado a casa
cariño, estoy sana y salva. Un poco mojada, con el habitado por todo tipo de
bichos, las rodillas sangrando y un poco más viva. No tienes que preocuparte
por mí, sólo tienes que acunarme como a un bebé y arrancarme la piel con las
uñas cada noche.
