Existía una vez un moralista, uno entre tantos. No llamaba la atención por sus extensas teorías, sino por la forma como las expresaba. Él le llamaba " cruda realidad", sin florituras ni miramientos, a golpe de martillo! Aleccionaba a todo aquel al que tuviera un aprecio con su lengua viperina y su sarcasmo. Sólo con aquellas personas a las que le preocupaba su vuelo y su camino, a los demás "ni agua", si fuera por él ya se podían caer por las escaleras cuando llega el tren y no echan a correr.
Se pasó toda la vida sin una religión clara, envuelto en el ateísmo de las nuevas generaciones de su seno familiar, pero con el ansía y el anhelo de conocer e investigar todo aquello acompañado de interrogante. Pobre diablo! Ético, teórico, idealista e incluso inteligente cuando se lo proponía, pero incapaz de aplicarse ninguna de las lecciones que iba proclamando. Excepto una, la más recurrente y común entre las almas perdidas que lo rodeaban: La teoría sobre el amor; aquello que te resucita y te mata con solo pestañear. Tenía la palabrería adecuada y el entusiasmo necesario para hablar de ello con total distancia y banalidad. A aveces se preguntaba, en sus noches de insomnio y Absenta, si detrás de cada lección vital no había un grito de socorro en busca de aquello que llevaba buscando toda la vida: Un sentido, un Grial, un dios o quizás la gran mujer detrás del pobre desgraciado con muchas preguntas y la lengua muy hábil. Su ateísmo se fue convirtiendo en nihilismo alejándose de todo aquello que más anhelaba. Cuanto más ayuda quería prestar, más condescendiente se volvía su discurso. Falta de comunicación entre medio y emisor.
Un día, después de divagar entre sus sombras y sus resquicios de claridad escondidos gritó:
- Como creer en Dios si Dios no cree en nosotros!
Y de repente una voz agrietada por los años contestó :
- Porque Dios somos nosotros
Detrás de esa voz apareció una señora con una expresión dulce, los ojos azul cielo y un conjunto de magulladuras y cicatrices causadas por algún que otro desengaño amoroso. Él instintivamente la bautizó como "María Magdalena", la oveja negra de la Biblia la única rebelde refugiada de la historia del cristianismo. No salía a cuenta darla a conocer al mundo así que todo bobalicón machista, poderoso e idealista, como él, decidió tacharla de indigna, como en nuestras mejores telenovelas. El señor moralista, divertido, conversaba con ella en busca de una teoría clara: Humanismo? Antropocentrismo? Existencialismo?
- Dios nos creó a su imagen y semejanza.- dijo ella.
Y él como de costumbre hábil con sus palabras y erudito de ironías se miró al espejo y dijo:
-Sí, claro! La gran mentira de la historia nos han hecho creer en un ser superior cuando ése ser llamado "Dios" no somos más que nosotros mismos. Vaya vuelto de los acontecimientos, menudo juego de palabras.. " a su imagen y semejanza..."
Calló. Se miró al espejo mientras hablaba y se dio cuenta de la gran metáfora que simbolizaban aquellas palabras, aquel gran concepto literario impuesto durante años. Miró a la señora, viéndole cada vez más rasgos de bruja y salió corriendo con los ojos llorosos mientras ella sonreía asintiendo.
Y la moraleja? Supongo que en cualquier esquina puede haber una bruja que te plante delante de un espejo y te haga ver detrás del reflejo.
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| "El dia de la partida mitja vida condormida, l'altre meitat vingué amb mi per no deixar-me sens vida." |
Amén!

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