martes, 8 de octubre de 2013

Cartas a una joven aprendiz.

Te engañé, sí. Todo era mentira, un guión, un ensayo. Sé que me entiendes. Una preparación tanto tuya como mía para poder salir de aquí, salir de este cubículo húmedo en el cual un día coincidimos sin mirarnos.

Todo esto lo he hecho por mí, sobre todo por mí, pero tú también puedes salir ganando; sólo tienes que coserte la cabeza de cordero degollado y cubrirte con la piel de lobo que te tengo preparada.  Como ves es un cuento lleno de ventajas, seré sincero, también de mentiras. Yo ya soy un perro viejo y me he cansado de tu candidez; quiero que aprendas a saber detectarnos, pero eso como era de esperar no te lo enseñé dada mi condición de comerciante y mercader de emociones. Te entrené para estar preparada para la vida, pequeña. Deberías de estarme agradecida.

Todos los pajarillos que te revoloteaban y querían plantar su nido junto al tuyo ya están lejos, no puedes hacerte daño. Ya estás de nuevo con la madre tierra teniendo la perspectiva digna de un carroñero disfrazado de Colibrí. De nada, no tienes que agradecérmelo. Como último consejo te diré que no te entregues tanto pequeña. Después todo aquello que dejaste ver, toda aquella pluma que enseñaste no volverá nunca más a tu follaje que ya no es virgen ni libre de intimidad.

Lo ves, te has hecho mayor, tienes un baúl lleno de anhelos y sueños bien guardado bajo llave que nadie te arrebatará porque son tuyos y de nadie más. Creíste conocer el mío porque aún eras un aprendiz inocente y sonriente con esperanzas en la humanidad. No te culpes por ello.  Estás casi preparada para recibir el título de “individuo”, de masa homogénea de esta cosa llamada vulgarmente “vida”.

Has tenido tus merecidas vacaciones y ahora, para finalizar, solo queda una última prueba. Te pediré una cosa que no he hecho nunca bajo mi condición de maestro y ahora no lo haré, sino que lo ordenaré bajo ningún tipo de remordimiento ni empatía, tal y como dicta el manual de tirano. Cierra los ojos y escucha:

La última condición es que te entregues a tu profesor en la totalidad de la expresión “En cuerpo y alma”, el alma ya sabes que lo tengo,  así que empezaré a contar suavemente hasta tres y al acabar de pronunciar la última “ese” quiero todo tu plumaje acariciando el suelo que nos sostiene erguidos, del cual en breves minutos serás digna de pisar con total independencia de pensamiento.

Tres.

Ahora ya estás sola. Tienes el diploma con mi firma dibujado en la piel. 
Tú decides, o te quedas o te cambias.

Enhorabuena pequeña, ya eres una más!



No es por maldad, lo juro, es que me divierte el juego.