miércoles, 14 de mayo de 2014

Rota, húmeda, quebrada por las horas y carcomida por los recuerdos. Muñequita rota. Abierta en canal por el pecho, de un día para el otro, sin avisar y sin anestesia.   Con una colección de heridas por doquier que se muestran con solo mirarlas y te saludan con una sonrisa. Marcas de guerra, hijas del dolor y placer que se encuentran ocultas tras capas de arcilla, alguna que otra caricia y mucho maquillaje.





Ella,  igual de delicada que el cristal, vulnerable a un impacto pero sensible a un buen reflejo y un bonito paisaje. Cosida con hilos oxidados que te cierran temporalmente las heridas y se enquistan con las lagrimas que no lloraste. Desinfectada con el alcohol que derramaste por encima, poniéndola en carne viva, intensa y doliente como la rosa de cualquier leyenda popular.
 Con el valor necesario para una vez desarmada y desmembrada, mirarte directamente a los ojos

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