Rota, húmeda, quebrada por las horas y carcomida por los
recuerdos. Muñequita rota. Abierta en canal por el pecho, de un día para el
otro, sin avisar y sin anestesia. Con una colección de heridas por doquier que
se muestran con solo mirarlas y te saludan con una sonrisa. Marcas de guerra,
hijas del dolor y placer que se encuentran ocultas tras capas de arcilla,
alguna que otra caricia y mucho maquillaje.
Ella, igual de
delicada que el cristal, vulnerable a un impacto pero sensible a un buen
reflejo y un bonito paisaje. Cosida con hilos oxidados que te cierran
temporalmente las heridas y se enquistan con las lagrimas que no lloraste.
Desinfectada con el alcohol que derramaste por encima, poniéndola en carne
viva, intensa y doliente como la rosa de cualquier leyenda popular.
Con el
valor necesario para una vez desarmada y desmembrada, mirarte directamente a los ojos

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